Tierra Iubi. Mar de Iubira…

La mar de ideas. Cuentos y poemas del Delta, la Duna y el Páramo


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Pueden tenerlo todo

Os copio aquí unas notas que tomé hace mil años, cuando vivía con mi amigo Ángel y su hermana Estrella en Salamanca. No sé porqué, me han venido a la memoria y parecen cobrar sentido, otra vez.

Ángel pinta las mujeres llenas de agujeros. «Pueden tenerlo todo ¿no crees?» y sigue dibujando como si respirara.

Hay quejidos que quieren ser acariciados y hay otros que sólo dan pena, penita pena. Los más tienen debajo un cierto tufillo a estiércol, a legañas de asco, a misericordias.

El quejido de Marchena»soy un gitano light»-dice él- «y un cuerno»- digo yo- lleva debajo una herida que como las mujeres de Ángel, puede tenerlo todo.


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El sol le dió en los ojos a Iubira

Os copio aquí un fragmento de la tierra de Iubira. Como siga así; una de dos: o acabo esquizo perdida o publico unos cuentitos. Besos a todos. Iubi

El sol le dió en los ojos a Iubira, que se había dormido junto al fuego, abrazada a sus libros. Mientras palpaba el suelo con pereza para averiguar dónde habrían ido a parar sus gafas, le vino a la memoria Víctor Moreno; ese descamisado que le recordó que su artritis precoz era de alma. Moreno; como quien se sacude una mosca, le había dicho que leer era tarea de locos, que nadie en su sano juicio se refugiaría del mundo en los mundos de otros. Él mismo era un enfermo; decía, que se había pasado años contándoles a los demás que tal o cual libro era imprescindible, para darse cuenta ahora, en su penúltimo despertar, de que todo lo que había vivido como cierto era una falacia.
Ella le creyó; pero sólo en parte. Lo justo para saber que algo de lo que Víctor decía era cierto. Lo necesario para seguir en la incertidumbre; única forma de cordura que le quedaba. Por eso, seguía amando a sus libros como a gente y acariciándolos de noche, no fuera a ser que se sintieran solos.

Recuperadas las gafas, rebuscó en su bolsa, sacó el lápiz y el cuaderno que llevaba siempre consigo y escribió:

Los regalos de Itaca son muchos y

de entre todos ellos, el mar,
que hoy nos conoce,
trae un aquí y ahora.
En la tierra amarilla de Iubira
se ha amanecido un sol de nuez moscada.