Tierra Iubi. Mar de Iubira…

La mar de ideas. Cuentos y poemas del Delta, la Duna y el Páramo


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En modo Gruyère

Desde que leí la última noticia sobre los agujeros negros, no hago más que pensarlo. Llevamos demasiado tiempo concentrados en ahondar en nuestros respectivos sumideros de energía, metidos hasta el cuello en la poza, empeñados en vivir lo que nos quede embreados, apegotados, chiclosos, tristes. Ayer mismo me decía David Magriñá, que el problema de muchos está en saber si fuera de la negrura, habrá espacio o no. Yo no lo sé, me digo. Solo la fé en que hay algo más que esta psicosis colectiva, me anima a mirar más allá. A mi alrededor, mis semejantes parecen obsesionados por demostrarse, los unos a los otros, que no existe un agujero negro, sino cientos, tal vez miles. Una imparable plaga de agujeros, cuya única meta es horadarnos la enjundia para hacernos vivir por siempre en la estrechez sin sentido que queda entre una rotura y otra, aplastados y oliendo a rancio. En modo Emmental .

Me niego a conformarme con la miseria fermentada. Ahí fuera, tiene que haber algo más que tinieblas. Queso sin agujeros o con burbujas  redondas y cremosas, de medio a un centímetro, pero sin   resquebrajaduras. En modo Gruyère. Que parece lo mismito que su primo, pero ni de lejos. Quiero la densidad, la anchura y la largura de mi tiempo. Quiero las curvas del espacio. Hasta las rectas querría, en caso de encontrarlas.

En modo Gruyère. Otros universos son posibles.  Los quiero. Ya


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Todo cuerpo…

Cuando el ángel llegó; me pilló, como siempre, entre dos lugares. No le importó demasiado -a los ángeles les basta una ventana o un antojo en la piel para ubicarse-

-¿Dónde estás? me preguntó sin prisas, en un alarde socrático que en el fondo, me removió un poco.

-Todavía no lo sé, le respondí, como hago cuando descubro que mi única certeza es el ahora.

En ese momento, el ángel extendió una mano. Súbitamente el tiempo se hizo burbuja. El dolor dejó de existir. Me sentí mecer, como cuando estamos dormidos y parece que vamos a caernos; sólo que esta vez no hubo caída, sino una especie de balanceo similar a la sensación de dejarse ir en una piscina.

Estoy convencida de que a Arquímedes lo visitó un espíritu desesperado por la incapacidad humana de ponerle palabras a algunos hechos. Debió ser una noche como ésta: el ángel armónico, con una pierna todavía en el alféizar, le tocaría los labios, y el griego, iluminado, soltaría su frase llena de enjundia, capaz de colmar la avaricia de un rey, sin saber que; un día, una mujer vilano desearía flotar más que nada en el mundo y seguir siendo una ignorante en cuestión de Física.