Tierra Iubi. Mar de Iubira…

La mar de ideas. Cuentos y poemas del Delta, la Duna y el Páramo


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Cómo asear a un Jabberwock y tomar el té con una Titán, todo en el mismo día y no morir en el intento

«El Jabberwock de Carroll- leía Iubira en el Catálogo de buenas bestias de la profesora Anna Quilicus Canus, de la Augusta Bilbilitanensis Universitas– es originario de las islas británicas. Fue descubierto y bautizado por Lewis Carroll, el oscuro,  de quien recibe su nombre. A juzgar por los escritos del propio Carroll y las ilustraciones de Tenniel se trata, sin duda, de una criatura inestable, capaz de cambiar de tema y rema y sin embargo susceptible de ser vencida por un niño. No se conocen especímenes criados en cautividad»
-«Anita, te has lucido», le dijo Iubi al libro, mientras lo cerraba de un manotazo… Jodío Sir Rabyass, a quién se le ocurre darme a éste, éste, éste,

-¡JABBSZZZZ, la interrumpió un gruñido semejante a un sifón con poco fuelle. Jabbzsssjazzzss. .. Al poco, una criatura del tamaño de un hipopótamo, se incorporó de entre las mantas que le servían de cama a la reina cuando salía de viaje.  En el fondo de la bolsa de Iubi, la céfiro Mim, oteaba espantada, como cada día, todos los días, las proporciones y feroz aspecto de aquel, aquel ¿Qué decía Iubira que era ¡Aquel Yaberguoccc,! ¡iubibbuyú ‘jieodasz!¡ uips ! desapareció la céfiro tapándose la boca.

El Jabberwock de Carroll, subgénero Deltei carecía de escamas o cola, como su pariente británico. Según los estudios del  Señor Darwin, que  Iubi revisaba a menudo,  este tipo de Jabberwock , a pesar de mantener algunos de los rasgos de carácter de la especie original, sin duda había evolucionado para adaptarse a las peculiares características del Delta. Hecho que explica la doble capa de pelo que lo protegía del frío, del calor y de la humedad, y el color rojo, esencial para camuflarse en los limos del Delta, si era necesario. Ese color, precisamente, era el único que esta criatura percibía, con vistas a localizar a sus congéneres, de  natural solitario y esquivo, en época de apareamiento.

La mole peluda avanzó en todo su enorme volumen hacia la reina, que le tendía un cubo de patatas y zanahorias cocidas con un chorrito de aceite¡ jabszsss saszsas mamnf grounf manpf, rosclc,! fue todo lo que se oyó en los siguientes buenos diez minutos. Tras ellos, la bestia se abalanzó sobre un tanque de agua coloreado en rojo. En el tanque , una mano de trazo firme había pintado en negro  las consonantes JBWCK.

Cuando el animalito  acabó de beber, se tumbó panza arriba en prueba de total confianza, con tal estruendo que MIM casi se queda sorda del panzazo. Afortunadamente, el relleno de algodón y plumas de la bolsa hizo su papel. Iubira, se ovilló un momento a la altura de aquel remedo de yak y comenzó a rascar aquí  y allá, donde su sentido común bien le dijo. Jabbsijabbs, Jabsijabbs, canturreaba, quietecito te estarás, las garritas limaré, los dientitos serraré, los ojitos lavaré, Jabbsijabbs, te peinaré. Contra lo que cualquier ser sensato hubiera pensado, el bicho parecía disfrutar grandemente de todo aquel proceso. La reina rascaba, limaba, serraba, lavaba y peinaba, y la criatura, con los ojazos cerrados , se dejaba hacer como si aquellas torturitas fueran lo más delicioso del mundo.

De vez en cuando, una mosca osaba acercárseles demasiado. Entonces, en una fracción de segundo, la reina escuchaba un rápido ¡fluaskash!. Una llamarada azul surgía de los ojos saltones, color yema de huevo, de la bestia ¡y adiós insecto!.

-«¡Guaza tiene el anhelito!, decía de vez en cuando el zíngaro  Carlphillip, al observar semejantes habilidades. Trabajo da un rato, pero… ¡Hay que veh, lo que te ahorras en flih! ¿Tás planteao enseñal-le a chiscar la hoguera?»

La reina Iubira  nunca contestaba. Demasiado tenía ella con hacerse cargo de aquel elemento que le vino a la puerta de casa, una mañana de diciembre,  cuando sólo era una bolita moníiisima, un pompón esponjoso de grandes ojos amarillo canario, pestañas de avestruz y garras que harían palidecer a un águila real.

El angelito llegó en una cesta de paja, con una almohadita por todo equipaje y  una  engolada nota de Sir Awkwardus  Totally Rabyass,  inquilino forzoso de las cuevas de Nuncamentero  y  Señor-o al menos así rezaban sus tarjetas- del condado de Wrongleshire, entre Melaina y Cáspita.

«Queridísima amiga,  Blablabla ruego tenga a bien acoger en su hogar a esta deliciosa criaturita, que a buen seguro encontrará refugio en sus delicadas manos. Con todo afecto, su segurísimo servidor , blablablablab»

Sir Awkwardus  Totally Rabyass, Señor del condado de Wrongleshire

Qué petardo eres , Sir Rabyass, pensó Iubira al leer la caligrafía alambicada del Conde.  Toda una vida  aposentado en tu hura de Nuncamentero, y me sigues tratando de usted y haciendo gala del título, ¡Condado de qué, condado de brongle-porras!  Pero qué condado ni condado , si llevas en el Delta 25 años, comiéndote mis pistos, trayendome leña,  cazando gusarapos fantasma, hablando a gritos para nadie,  levantándote a horas intempestivas, comunicándome hasta cúando te cortas las uñas,  y ni siquiera sabes cómo volver…

Pero eso sí, mucho conde por aquí conde por allá, y me apeas el tratamiento POR ESCRITO, serás …

A los tres segundos, el Jabberwock,  a quien llamaremos JBWCK , de cuando en vez, volvía a plegar sus pestañazas de avestruz prehistórico, Iubira tornaba al acicalado, y la Mim, nerviosa y divertida, se iba planteando cuál sería el momento perfecto para asomarse al exterior. ¡Hoy no toca! se decía.  Sin embargo, nada, en aquellas once de la mañana podía hacer sospechar, lo que se les venía encima. Mas que venírseles, se les derramó.

Cuando Iubi se disponía a lavar los trastos de JBWCK,  un estruendo  similar al  vigésimotercer congreso internacional de campaneros y tocacencerros de Corujos del Tímpano,  la hizo saltar hacia un lado, rodar, y guarecerse tras los riñones del Jabberwock, con la bolsa de MIM  bien agarrada al pecho.

Rediéz, que tronada, pensó Iubira, que en los momentos de peligro abandonaba todo protocolo y hablaba con el mejor acento del Delta. Tendré que preguntarle al maestro tambores por qué se pone a romper la hora sin avisar… -el caso es que a tambor, no suena,  ¿Será un ciclón? No, no es habitual en el Delta, aunque la última vez que pasó la Petra, casi ni lo cuento, Dios, qué  ¿? Pero si alguien ha puesto un altavoz, ¡Y sin permiso! . Me van a oir…

TLOINNNG  TRIOLOOOLOUOINGGGGG BRIONG BUNG CLOINGLDOLIFONGNLOINNNNNNNNG

» Túuuuuuuuu,

tú me crujes la cabezzzzzzza ¡beib!

Túuuuuuu,

me corroesssh la corteza,¡ beib!

Tu me arrasas,

me trrraspasas,

me trasciendes

que te passas,

Me iluminas,

me fascinas,

me taladrassss las  anginas

Y me llenas

toas las venas,

de glamúuuuuuuu…… (Trololottohoing lgoing gloirngggg)

Sí túuuuuuuuuuu uhuhúuuuuuuuuu

Tu me diste la cerrrrtezaaaa, ¡beib!

De que aquí y en Hortalezza, ¡beib!

ya no exijte

ni se vijte,

una nena,

tan  Trremenda,

tan fetén,

tan ejshtupenda

que  te muela los riñones

y te altere los neutrones

y te…..¡exprima los limoooones!

con el son de sus taconeshhhh

Y ejque Tuuuuuuuu UUUUHuhhhUUUUUUUUUUUUUUUUHH (GLOINGPRINGLROIOINg uHUHHHHHHHHHHHHH

– «Pero se puede saber qué es este desati-¡NO!

La reina Iubi, todavía en zapatillas de andar por casa, no podía creer lo que veían sus ojos.  El vinchiukordio,  un soberbio instrumento de palisandro lacado en rojo china  con dibujos de dragones llameantes,  era  un VINCHYUK & TUFARCEK  auténtico, a juzgar por las enormes letras de oro  y el símbolo del insecto  patas arriba, incrustado  en taracea de jade.Sentada en una curiosa banqueta con la forma de un globo terráqueo, una Titán bellísima, que bien hubiera podido cargar con el vinchiukordio, la banqueta, y el JBWCK juntos  y bailarse un chotis de baldosa, perpetraba a grito pelado una, digamos melodía, de aires briosos, cuyo origen no se acertaba a identificar.  El Jabberwock, que inicialmente había iniciado un galope «palláquevoy» se quedó muy sorprendido. En fracciones de segundo pasó, del trote marcial al cochinero, luego al paso, y por último, a la retaguardia de Iubira, que frunciendo el ceño, le espetó a la Valkiria:

Pero Teclaaaaa, que estas no son horassssss,

Chata, es que me ha agarrrao la inspiración.  y Ya sabes que cuando me agarrrarraaaa ¡aaaAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAtschua! ¡Aaate schua chhuA schuuuuuá   COF, COF, COF!

TECLA TREMEBUNDA TITÁNEZ, rugió la reina, que aunque al lado de la titán resultaba más bien delicada, tenía un genio de singular tamaño,  Otra vez fiebre del coral. ¡Otra vez! Y oooootra vez  sin esponjas a mano. ¡Pero será posible!

¡Aigh, Iú, no me ansies tía!,  parodió la Treme, con más cara que espalda.  El momento es el momento, y además mira ¡acabo de estrenar sandalias churrikowski !

Era cierto. Uno de aquellos pies, que podría haber rivalizado con el de la reina Bertrada, asomó bajo la takshita bordada a mano,  recién traída de Fez. Tecla tenía estilo, eso no había quien lo dudase. Titán, al fin y al cabo, había recorrido el mundo unas cuantas veces, sosteniendo una isla allí, apuntalando un monte acá. Y entre labor y labor, se iba  haciendo  un señor fondo de armario; en su caso , un sinfondo, porque no había tienda de telas, tejedor de hilo, seda o lana, ni zapatería,, joyería o sombrerería de postín en la que Doña TTT no hubiera irrumpido como una tromba, con las famosas frasecitas: «No tengo qué ponerme». «Quiero eso, eso y eso también» y, la mejor de todas: ¿Tienen uds. coturnos, sandalias o botas del número 56? Y a ver quién era el guapo que le decía que no.

Kanval Sethi,  joyero de Calcuta, todavía recuerda el glorioso día en el que una bella y  rubísima  extranjera de singulares proporciones se llevó  diez kilos de perlas  grises y veinte de perlas blancas- «para un collarcito ¿sabe usted?»-.  Desde entonces, hubo de abrir sucursal en Bombay,  dado el volumen de negocio que supuso el pago de la Titán, que como  digna representante de su raza, pagaba en lingotes de Titanio, o en el mineral o metal que se cotizase mejor en cada lugar.  En Palo Alto, llegó a ofrecer cuarenta toneladas de silicio por unas botas de piel de serpiente en su número. Sin embargo, dada la escasez de anacondas de buena calidad,  al zapatero no le  fue posible atender la demanda. Tecla, por esta vez  tuvo que conformarse con piel de caimán de las Everglades. » ¡No importa Mr. Lindley, es usted adoreibol!»+   repuso la Treme, y a renglón seguido, «¿No tendrá usté el bolsito compañero? Venga, no se me haga de rogar, que es usted encantadoringggg, tronaba Tecla  sin querer, aporreando el mostrador