Hubo una vez un niño,
-casi un joven-
que buscaba palabras debajo de las hojas
Su ansia era tan grande
como grande era el mundo
que se abría a sus ojos, a su lengua,
a sus poros de cachorro destetado
Sin perder un segundo
consumía los verbos
paladeaba adjetivos
rompía las flexiones y los grados
Se bebía de noche las coplas antiguas
y aullaba en las esquinas
pentámetros salaces,
para disimular su hambre de ternura
Hubo una vez un joven
-casi un niño-
Que aprendió un día a atarse la corbata
A hilar citas sagaces, a triturar horarios
A apurar -cielos, pretendo- por qué lo trataban así los calendarios
Hubo una vez…
Ahora
Cada vez que lo veo
y logro, en tres segundos,
llegar al niño que hubo;
toco, otra vez,
el fondo de las cosas
y reímos los dos
ante la misma estrella.