Os copio aquí un fragmento de la tierra de Iubira. Como siga así; una de dos: o acabo esquizo perdida o publico unos cuentitos. Besos a todos. Iubi
El sol le dió en los ojos a Iubira, que se había dormido junto al fuego, abrazada a sus libros. Mientras palpaba el suelo con pereza para averiguar dónde habrían ido a parar sus gafas, le vino a la memoria Víctor Moreno; ese descamisado que le recordó que su artritis precoz era de alma. Moreno; como quien se sacude una mosca, le había dicho que leer era tarea de locos, que nadie en su sano juicio se refugiaría del mundo en los mundos de otros. Él mismo era un enfermo; decía, que se había pasado años contándoles a los demás que tal o cual libro era imprescindible, para darse cuenta ahora, en su penúltimo despertar, de que todo lo que había vivido como cierto era una falacia.
Ella le creyó; pero sólo en parte. Lo justo para saber que algo de lo que Víctor decía era cierto. Lo necesario para seguir en la incertidumbre; única forma de cordura que le quedaba. Por eso, seguía amando a sus libros como a gente y acariciándolos de noche, no fuera a ser que se sintieran solos.
Ella le creyó; pero sólo en parte. Lo justo para saber que algo de lo que Víctor decía era cierto. Lo necesario para seguir en la incertidumbre; única forma de cordura que le quedaba. Por eso, seguía amando a sus libros como a gente y acariciándolos de noche, no fuera a ser que se sintieran solos.
Recuperadas las gafas, rebuscó en su bolsa, sacó el lápiz y el cuaderno que llevaba siempre consigo y escribió:
Los regalos de Itaca son muchos y
de entre todos ellos, el mar,
que hoy nos conoce,
trae un aquí y ahora.
En la tierra amarilla de Iubira
que hoy nos conoce,
trae un aquí y ahora.
En la tierra amarilla de Iubira
se ha amanecido un sol de nuez moscada.
mayo 1, 2006 en 10:31 pm
Ya te lo comenté, Iubira, pero lo repito aquí: qué propio de tí es este texto.
Un recuerdo se encadena a una reflexión, y ambos se muestran como el duermevela/umbral de un despertar perezoso, sensual, sensitivo, preludio de pequeñas acciones tranquilas y reposadas que se encaminan a levantar acta de la nueva emoción que, como un rebujo en el que agazaparse aún antes del despertar definitivo, abrigan amistosamente los primeros instantes del nuevo día.
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mayo 2, 2006 en 8:07 am
Gracias Jabbs, por una vez me quedo sin palabras.
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mayo 9, 2006 en 6:57 pm
El sol despertó a Iubira y extendió sus rayos de dulces amaneceres en su tierra fértil.
Qué sutileza maravillosa recogida en este fragmento, oda al libro!
Es la luz del sol la que brilla en estas tierras y en ellas Iubira, como Ulises, lucha con la esperanza de poder aún «refugiarnos del mundo en los mundos de otros».
Y con esa incertidumbre mira al libro como el héroe viajero a su patria, Ítaca.
Afortunadamente, tenemos el mar para continuar el viaje.
Sigue así y publica, querida Iubi.
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