El vértigo. Las mariposas. La boca del estómago que se cierra. La ceguera. La glotis seca. La nada y luego nada y otra nada en la nada. El aire en las mejillas y una voz que pregunta si hay pan o si mañana es jueves. Y luego el desayuno, los cubiertos… Buenos días y gracias y por favor y derramarse en cada pequeña cosa, por no hundirse de nuevo en el vacío. La nausée resulta ahora un bonito ejercicio espiritual, cuando uno no sabe dónde queda su casa.
Mirar desde el espejo debió ser divertido tan sólo para Alicia, o quizás para el perverso que decidió enviarla allí detrás. Hay un grito lleno de cuchillos tapado con algodón para que nadie se corte.- Sería inadecuado-
junio 28, 2006 en 10:20 am
Cómo me suena…En mucho menos, dices mucho más que mi texto, que ahora me parece simplemente farragoso. Qué increíble imagen para la última frase, Regina Verbarum.
Me gustaMe gusta
junio 28, 2006 en 5:26 pm
Ahora que lo releo, también recuerdo una niña agazapada que no muestra su rostro, un gato cuya cercanía promete caricias y mimo, pero cuya cola acaba en una afilada punta, una luna que recoge mil sueños pero que también nos los muestra inalcanzables, y que la niña ensimismada no puede evitar que le llegue el olor de los desperdicios, y cómo entre nosotros y lo que contempla se alza, opaco, un muro.
Y un día esa niña nos escribe de mil pequeñas cosas que no serían sino naderías cotidianas de no ser por el amargo sabor que destilan, convertidas por una vuelta de tuerca de más que la ironía mitiga apenas, en un he aquí el precio de vivir.
Y también nosotros querríamos que la niña, vuelto el rostro, nos sonriera.
Me gustaMe gusta