«Pronto, una toalla para este mar suelto de agujas», se reclamó Iubira. Entonces fue consciente de que, una vez más, estaba sola. Y antes de empezar a llamarse «Liebes Kind», como las viejas locas de los cuentos, decidió crear el Delta; un no-lugar en el que gobernar el espacio o deshacerse del tiempo fuesen tareas simples. Lo que ella no sabía era que el creciente fértil junto al Iub sería un hervidero de criaturas, empeñadas en obviar cualquier límite y expandirse a su antojo por las dunas (Continuará)
Archivo mensual: marzo 2007
El hada verde
No me sirven ni lluvia ni amargura
No me sirven ni lluvia, ni amargura,
ni rechinar, ni pozo, ni costado…
Quiero palabras como mandolina,
baticola, paraguas o yembé.
Hasta ratón me serviría
si no fuera
por su tendencia a roerme el seso
Quiero palabras nuevas,
las quiero, las sobo, las acaricio
las coloco en lugares especiales
y luego, cuando encuentro las viejas
me las guardo también
como el jersey gastado al que me abrazo
cuando tengo frío.
Oh dichosa ventura
Amo las noches quietas,
sin el tacto siquiera,
o con el roce, apenas,
de la sábana;
Sólo el gozo
de hacer que los minutos sean suaves.
De todas las nostalgias
De tu boca y tu voz tengo nostalgia
las dos me llaman, me desaparecen
me recuerdan que no tengo palabra
para decir que no
cuando te escucho
y cuando siento que
se fue tu boca
un viento del nordeste
me arranca los dos polos ,
el norte con la lluvia y sin abrigo
y el sur que nunca fue mío del todo.
Se fue tu voz y se me va tu boca
Y yo me perderé por la cinta del pelo
que calló una vez más porque era lunes.
Y anotaré: “de todas las nostalgias, aquella de tu boca es la más cierta”.
"Todo cuerpo… (nota breve)
Cuando el ángel llegó; me pilló, como siempre, entre dos lugares. No le importó demasiado -a los ángeles les basta una ventana o un antojo en la piel para ubicarse-
-¿Dónde estás? me preguntó sin prisas, en un alarde socrático que en el fondo, me removió un poco.
-Todavía no lo sé, le respondí, como hago cuando descubro que mi única certeza es el ahora.
En ese momento, el ángel extendió una mano. Súbitamente el tiempo se hizo burbuja. El dolor dejó de existir. Me sentí mecer, como cuando estamos dormidos y parece que vamos a caernos; sólo que esta vez no hubo caída, sino una especie de balanceo similar a la sensación de dejarse ir en una piscina.
Estoy convencida de que a Arquímedes lo visitó un espíritu desesperado por la incapacidad humana de ponerle palabras a algunos hechos. Debió ser una noche como ésta: el ángel armónico, con una pierna todavía en el alféizar, le tocaría los labios, y el griego, iluminado, soltaría su frase llena de enjundia, capaz de colmar la avaricia de un rey; sin saber que un día, una mujer vilano desearía flotar más que nada en el mundo y seguir siendo una ignorante en cuestión de física.