Cuando anochecía, se dirigió despacio hacia la cala del nácar. Preferiría haber disfrutado sola del paseo. Las puestas de sol, pensaba, son mías y solo mías, faltaría más. De todos modos fue imposible. Mientras se ataba las sandalias, observó de reojo a una Mim deslizarse en su cesto de paja. No se molestó en espantarla. Las Mims son pizpiretas y alegres compañeras de viaje. Aunque olvidadizas y alérgicas al frío, tienen el don de revolotear en los corazones hasta hacerlos sentir ligeros como una mousse. Y esa es toda una cualidad.
Al llegar a la playa se descalzó. No hacía frío. Sin embargo, decidió prender una buena hoguera para cuando él llegase.
Lo esperaba hacía tiempo. El Zíngaro CarlPhillip se había amanecido hacía años por el Delta, cansado, sucio, y con las manos cosidas a zarzazos. Iubira supo entonces que había encontrado la puerta del olvido, la que normalmente otros cruzaban para salir del Iub. Contra toda lógica, su instinto de reina bruja ni se molestó en prevenirla. Lo miró, lo olió y supo inmediatamente que el zíngaro Carlphillip Emmanuel, alias Sir Henry White, alias el Blanco, siempre haría las cosas a su manera, que se quedaría poco, que volvería y que, por el momento, necesitaba una cama y un baño. Y así fue. El Blanco durmió, se lavó, comió como tres osos, le regaló a Iubira una balada para ella sola, le besó la mano, se quitó el sombrero y partió hacia el oeste, con la promesa de volver.
Iubira sabía que, aún cuando ninguno de los visitantes hubiera encontrado el camino de regreso al Delta, Carlphillip lo conseguiría. No en vano había cruzado Mundo Disco como Pedro por su casa. Eso, y su sangre de reyes eran buenas credenciales. No obstante, ella se aseguró su vuelta grabándole un conjuro de retorno en la muñeca, mientras dormía. Se trataba de un «vuelve», visible solo para ella, que garantizaría la visita del zíngaro, cada año, por las mismas fechas, salvo muerte de un familiar directo o paternidad inminente. El vuelve era del todo inofensivo. No hacía daño, ni causaba pesar. Simplemente actuaba como una llamada, como un eco uterino que hacía que el CarlPhillip, a mediados de Julio, estuviera donde estuviera, agarrase el petate, cargase un hatillo de buhonero y la guitarra y se dirigiera, sin saber como, al Delta mismo, para ver a la reina más sola de todas y beber y reír con ella, por una noche, hasta el día siguiente.
Mientras Iubira avivaba el fuego, vislumbró un bote pequeño, recién calafateado. A proa llevaba el ojo que espanta los males. Dentro, remaba El Blanco. La Mim, sin poder evitar su natural curioso, se decidió a salir de un saltito de la cesta y revoloteó inquieta alrededor de su reina, como una luciérnaga que hubiera engordado unas diez libras. CarlPhillip saltó a tierra.
Reina, dijo inclinándose, con una sonrisa burlona detrás del ala del sombrero.
¡Zíngaro! Sonrió Iubira, y se lanzó a su cuello. Sólo ella podía saltarle a los brazos de ese modo sin correr peligro. ¿Qué me traes, qué me traes?, bailoteó, como una niña, a su alrededor. El Blanco mostró sus tesoros.: Aceite de oliva, cintas para el pelo, un mantón de manila y chocolate.
«¡Chocolateeee! «dijo una vocecilla rasposa en el bolso del gitano.
Lo siento -se excusó Iubira, intentando desincrustar a la Mim del zurrón del viajero- se me ha colado, no ha habido manera, Ayyyy ¡bruta! le siseó a la pequeña hada, que acababa de propinarle un mordisco en el dedo.
-¿Lo siento? ¿Pero quién es esta pispaja? ¿Tienes hambre, miga? preguntó El Blanco a la geniecilla, que dijo un sí como una lija, mientras le lanzaba a Iubi una mirada entre el desafío y el ruego y realizaba una especie de danza gatuna alrededor de la bolsa. ¿Puedooo, puedoo puedoooo? insistió la Mim, clavándole cada palabra en los oídos.
-¿Puede? preguntó Carlphillip, divertido y desarmado.
-Puedes, concedió Iubira, pero solo un poqui ¡Zasca!. En ese momento la Mim se zambulló literalmente dentro de uno de los paquetes de chocolate . A juzgar por la variedad y cantidad de los ruidos posteriores, dedicó unos veinte minutos a ponerse morada. Tras todo ello, lanzó un eructo que sonrojaría a un minero y se quedó profundamente dormida, abrazada a unas galletas de canela.
Gracias a Dios, suspiró la reina, así nos dejará un ratito en paz.
Es un solete, Iubi, sólo quería chocolate
Por mí, como si te la quedas,
¿En serio?, ¿Me la puedo quedar?, brilló la sonrisa del Blanco en la penumbra, Si ella quiere. Hecho.
Ella querrá, no hay nada que le guste más a una Mim que los viajes.
El Blanco le cogió la mano. La había estado observando mientras ella trajinaba con bolsos y cacharros y luchaba con la Mim junto a la hoguera
-Reinaaa, ¿qué llevas ahí? Le tocó con cuidado la cicatriz en el hueco entre las clavículas
-¡Nada, quita, pesao! le apartó la mano de un papirotazo, gruñendo sin gruñir
-Gata, no te enfades, ¿Quién te ha hecho eso, dí? ¿No será …? ¡Mírame y dime que no! ¡ dime que no, que lo mato!
-El Jabberwock, musitó ella, mirando para otro lado, pero ha sido sin querer,
¡Sin querer! ¡SIN QUERER!, Donde está ese..
-Que no, Charlie, que no, que tenía una pesadilla, se revolvió y no sabía lo que hacía. Si luego se ha llevado más susto él… de verdad, no te enfades
-Pues, ya le vale. Y tú, reina, a ver si lo acostumbras a dejar de dormir contigo, que ni que fuera un gatito.
– Nunca he tenido un gato. Los he visto en los libros. Cuidar el Delta da bastante trabajo ¿Son fáciles de criar?. ¿Son muy grandes? ¿Qué comen?
– Vamos a hacer una cosa. Si me prometes educar mejor a ese…. jodío bicho
– Jabberwock, se llama Jabberwock. No te metas con él, que son muy sensibles, a ver si te oye, se acueva, y la tenemos
-¿ya-ber-guóz?, si me prometes que el yaberguóz o como se llame, tendrá su propia hura, el próximo viaje te traigo un gato chico. Acostumbrada a ese… yaberleches, criarlo te va a parecer un juego de niños….
(CONTINUARÁ)
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