Ella olía a avellana -Ella olía a avellana, a praliné,a barquillo, a caramelo. Él, hambriento de sus ojos, la esperó cada día y se dedicó a fusilar, durante un año, a Neruda, a Benedetti y a Salinas. Primero a voz en cuello, luego en grandes pancartas, luego en notitas en forma de avión, que chocaban en el cristal del kiosko. Ella, sabedora del plagio, se hizo la tonta como tantas veces…
Archivo mensual: mayo 2014
Parnaso de Macondo, un 23 de Abril (Encaja 400, 1)
Ya se lo decía su abuela: » Alonsito Fernández, usted me acaba con el cráneo de tamaño avellana». Y así fue, Gabriel, amigo: A fe que aquel que osare fusilar tus obras mereciera sufrir de nuevo el ataque de los jíbaros del plagio. Y si no, pregúntale a maese Shakespeare, que diz que quieren decir que ni escribió…
¡Hide…plagio! ¡celebro de avellana! ¡mentecato!» masculló Don Miguel al descubrir que un tal Avellaneda le acababa de fusilar su Don Quijote.
La del Alba, más o menos (plagio insumiso en un acto) Encaja 400 (3)
¡Alonso Fernández!, gritó el alguacil ¿No sabe vuesa merced que en este pueblo odiamos el plagio? ¡Cervantes! ¡Y osa fusilar a Cervantes! ¡Con lo que nos gusta el Quijote!
– Descuide usía, repuso Avellaneda. En adelante me dedicaré a cultivar avellanas y a las proclamas festivas. Se me está ocurriendo una; escuche, escuche: ¡Amanece en el corazón!…
TATA BERTA-Mientras mi padre nos regalaba cuentos, merendábamos la crema de avellanas de la tata Berta; mucho mejor que el pringue de los anuncios. Ella defendía con fiereza su receta del plagio de las vecinas. Cuando alguna se interesaba, mascullaba por lo bajo «¡Antes me dejo fusilar!». Años después encontré la fórmula al limpiar la biblioteca, entre las páginas del Quijote de Avellaneda.