TATA BERTA-Mientras mi padre nos regalaba cuentos, merendábamos la crema de avellanas de la tata Berta; mucho mejor que el pringue de los anuncios. Ella defendía con fiereza su receta del plagio de las vecinas. Cuando alguna se interesaba, mascullaba por lo bajo «¡Antes me dejo fusilar!». Años después encontré la fórmula al limpiar la biblioteca, entre las páginas del Quijote de Avellaneda.